La fuentecilla fue uno de los puntos principales de agua que hubo en el pueblo y en sus proximidades, de los que los milmarqueños se suministraban para el gasto diario que se precisaba en los hogares y para los animales domésticos.
Estos puntos de agua o manantiales tan importantes para el desarrollo de la vida en el pueblo, estaban situados en “El Pucherillo”, “La Piojosa”, “La Huerta Patrón”, “Los Morales” y “La Fuente Vieja”.
Según documentación de los años 1848-1886, se describen en el término de Milmarcos ocho manantiales de ricas aguas, por lo que se pueden añadir a los ya mencionados anteriormente, “La Fuente de La Nava”, “La fuente del Espino” y la “Fuente de los Cañuelos”, como los más importantes, además de los muchos calzarizos repartidos por todo el término, que daban agua con más o menos intensidad, dependiendo de la bonanza de las lluvias y nevadas que hacían que la tierra se empapase bien del líquido elemento.
Por lo que respecta a la fuente vieja, el origen de su caudal de agua, procede de un conglomerado de risca de considerables dimensiones situado en la carretera de entrada al pueblo, en la curva de la casa del Tio Gil y que se extiende desde la Oyuela a las heras del reloj, aproximadamente. Desde estas riscas y siguiendo el trazado de la carretea hasta la fuente, hay un calzarizo de considerables dimensiones, que le suministraba el caudal de agua que una vez que pasaba por la fuente, seguía su curso hasta el pilón y a través de las callejas, hasta la acequia de la cañada.
La fuente vieja fue de vital importancia para los habitantes del pueblo, sobre todo hasta que se inauguró la otra fuente de cuatro caños de la plaza. Ubicada en pleno centro del casco urbano y entre los dos barrios principales del municipio, en un rincón de la gran plaza y escasos metros de distancia de la fábrica de harinas, del molino de piensos, de la herrería, de la casa del medico , de la farmacia y de las diferentes tiendas de ultramarinos, de tejidos y de muebles, que hacía que fuese un lugar muy transitado por todo tipo de gentes que venían al pueblo para suministrarse de los enseres y otros artículos de los que carecían en sus pueblos de origen.
Todos estos visitantes llegaban al pueblo, o bien caminando cargados con las alforjas, o con las caballerías que eran imprescindibles en aquella época y que al llegar a la plaza las amarraban o ataban a unas anillas de hierro que había en la pared, a las rejas de la ventanas y a los diferentes árboles que había por toda la plaza.
De estos árboles aún se conservan varias acacias centenarias que vale la pena que sean observadas por los milmarqueños y verán lo torturados que llegaron a estar esos troncos, con cicatrices de consideración producidas por las potentes dentaduras de los animales, que mordían y rasgaban las cortezas , dejando las heridas ya cicatrizadas que hoy se pueden ver en esos troncos retorcidos y maltrechos y alegrarnos de que a pesar de todo,
aún siguen vivos, dándonos su sombra y embelleciendo el rincón de la fuentecilla.
Recuerdo vagamente que a escasos metros de la barandilla de la fuente había un poyo circular de dos escalones, similar al del olmo grande de la plaza, y en el centro un tronco seco de considerables dimensiones, posiblemente de un chopo, o un olmo viejo.
En los años 50-60 se plantaron bastantes árboles por todo el perímetro de la plaza. Muchos de ellos sucumbieron ante el acoso permanente de los animales, de las caballerías y las cabras de la “DULA”, rebaño de cabras de todo el pueblo que se reunían en la plaza a primera hora de la mañana, al toque de una caracola que efectuaba el cabrero desde las eras del reloj, para que la gente las soltase de casa y acudiesen a la plaza para salir a pastar al campo durante todo el día. A última hora de la tarde el cabrero las volvía a dejar en la plaza y las cabras acudían en general cada una a su casa o, eran recogidas por sus propietarios en la plaza.
Como superviviente de esta época, tenemos la espléndida morera de la fuentecilla, de moras grandes y negras y de muy buena calidad y en la que podemos observar en la parte alta del tronco, donde parten las ramas, las cicatrices de lo antes hemos comentado.
La fuentecilla fue para nuestra infancia un lugar de juguesca y para disfrutar de nuestro tiempo libre. Allí jugábamos a las chapetas y a los pitones, haciendo múltiples guas en el suelo de tierra. En la tierra y con el agua que sacábamos de la fuente con latas y otros utensilios, hacíamos balsas y nos tirábamos agua para remojarnos. También sufríamos algún que otro talegazo en las húmedas escaleras que tenía la fuente para bajar hasta la pila del agua.
Un poco complicado era para los chavales de mi edad beber agua del caño, ya que había que hacer una postura rara y apoyar los pies en los laterales de la pila, para inclinarse y aproximarse al chorro de agua.
Yo recuerdo la fuentecilla como un lugar extraordinario de mi niñez. En el año 1959 estuve un periodo de tiempo con mi familia en Madrid y la primera vez que vi la entrada del metro, la asocié de inmediato con la fuentecilla de mi pueblo. Aquella barandilla y las escales para bajar, hicieron volar mi imaginación infantil y asociar ambas cosas. De tal manera que yo me ilusionaba y pensaba que en pueblo también teníamos una entrada del metro.
Con estas cuatro líneas, quiero expresar mis sentimientos milmarqueños hacia una cosa que ha formado parte de nuestras vidas a través de las varias etapas que hemos vivido en el pueblo, en el que pasamos una infancia muy enriquecedora, creándonos unas sensaciones que intentamos transmitir a otras personas más jóvenes que no han disfrutado de estas vivencias.
Fuentecilla de Milmarcos, sepultada y olvidada,
te sentenciaron a muerte, sin escuchar tu palabra.
De nada sirvió tu historia, ni tus años de esplendor,
decidieron sepultarte y acabaron con tu honor.
Tu existencia era dudosa y tu uso complicado,
siempre llena de cascurros y de tarquín enturbiado.
El cambio que hubo en tu entorno, te sentenció para siempre,
pero hay muchos milmarqueños que están deseando verte.
A los niños de Milmarcos nos serviste de juquete,
con tus escalones húmedos y tu chorro de agua permanente.
Agua fresca y cristalina, de la que hoy carecemos,
pero sabemos que ahí estás y algún día nos veremos.
Fuiste un activo del pueblo, que nos llenas de recuerdos
y esperamos con paciencia, el despertar de tu sueño.
Se paciente en tu letargo, pero espera tu momento
que la vida es caprichosa y se cambia de criterio.
Estamos recuperando valores de nuestro pueblo,
pues es cuestión de esperar a que llegue tal evento.
Marcos Martínez Atienza
Octubre 2012
1 comentario:
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